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92 Pero por lo mismo que esta virtud de la castidad es de un precio tan 1 cuidado en conservarla intacta. Tenemos encerrado este bálsamo precioso de la pureza en un vaso muy frágil y quebradizo (según la sublime expresión de San Pablo), y al menor golpe que demos nos queda- mos sin él. Es necesario mucha vigilancia y mucho recato, previniendo las ocasiones y evitando los pe- ligros, porque no hay cosa tan delicada como la pu- reza: es una rosa que, en tocándola, se deshoja; una flor que, en manoseándola, se seca; un espejo puríisi- mo quecon un solo aliento se empaña y ensucia. De aquí el esmero que debemos tener en evitar la ocio- sidad, ocupándonos siempre en honestos ejercicios; porque las aguas se conservan puras y cristalinas mientras van corriendo entre piedras y flores; pero desde el momento cn que se paran y quedan estan- cadas, empiezan á corromperse. De aquí también el singular cuidado que hemos de tener en mortificar el cuerpo y refrenar los sentidos, atajando con pres- teza cuanto pueda mancillar la hermosura de esta virtud: Todas nuestras mortificaciones hemos de practicarlas con este fin de domar la rebeldía de la carne para conservar la pureza del espíritu; y de esto te hablaré otro día más largamente, contentándome por hoy con señalarte otro peligro grande de la cas- tidad y su correspondiente remedio. El enemigo más temible que tenemos en este punto es el amor, esa pasión del corazón humano que se desarrolla en él espontáneamente, como la semilla escondida en las entrañas de la tierra. Teniendo esa pasión un fin grandioso y necesario para la propa- gación de la humanidad, Dios le ha comunicado un impulso natural, pero tan vehemente como era ne- cesario para la consecución de su fin. Por esto debe- mos velar constantemente sobre esa pasión de nuestro espíritu, pues mientras más impetuosa es la corriente de un río, mayores estragos causa si se desborda. Y inestimable, debemos tener sumo
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