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9 ciso hacer de esta carta un tratado de teología, y esto no es del caso. Bástate por ahora saber que son cosas distintas, como las ramas y el tronco, la flor y su tallo, aunque ambos tengan una misma raiz y vivan de una misma savia. Y, pues la comparación es exacta, te diré que la virginidad es la flor de la castidad, y esa flor es la que exhala el aroma delicioso de la pureza, que embriaga con su fragancia á los mismos ángeles del cielo. La castidad consiste en la abstención de los placeres ilícitos; pero la virginidad es la absoluta abs- tinencia de los placeres de la carne lícitos é ilícitos; y esta abstinencia debe serpor elección y de propósito, pues de lo contrario, no podría llamarse virtud de la virginidad. Esta tiene su asiento y su ser en la vo- luntad, y su integridad en el cuerpo; ú por usar las mismas palabras de Santo Tomás de Aquino: la vir- ginidad está esencialmente en el alma, y material- mente en el cuerpo. De modo que, aunque el cuerpo su fra u na violencia completa,como la voluntad resis- ta y.se mantenga firme en su propósito, nada ni nadie podrá arrebatarnos la preciosísima flor de la virgi- nidad; así lo enseña el mismo Santo. Mas, por el con- trario, un deseo impuro, un pensamiento malo con- sentido, basta para perder la virginidad esencial y formal; pero se debe advertir aquí, que la virginidad perdida por impureza del alma, es decir, por pensa- miento ó deseo, se puede reparar fácilmente con la penitencia y el dolor; pero la que se pierde volun- tariamente por impureza del cuerpo, esa ya es irre- parable. Paseando á la caída de la tarde en los jardines de casa, has visto, pendiente de su tallo, una rosa ajada, mustia, sin olor ni lozanía, porque una ami- ga indiscreta la oprimió muchas veces contra sus labios, cual si quisiera extraer toda la fragancia de la hermosa flor? Pues vuelve 4 visitarla á la si- guiente mañana, y verás que el rocío del cielo y la frescura del alba leghan vuelto su olor, su hermosura

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