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83 me has dicho hasta ahora, yo había vislumbrado ya en tí ese propósito; había pedido al Señor que teconfirmara en él, escogiéndote para esposa suya, y no sé por qué abrigaba en mi corazón la ín- tima persuasión de que la tal petición había sido despachada favorablemente. Agradécele 4 Dios el haberte dado esa luz divina para saber elegir entre lo precioso y lo vil, entre lo eterno y lo temporal, entre el Esposo divino y él hombre mortal. Agra- décele ese felicísimo pensamiento, ese propósito santo de dejar á la criatura por el Criador, á los goces transitorios por los perdurables, al tálamo terreno por el celestial. Séle, pues, fiel al Esposo que tomar quieres, que El te dará por dote todos los bienes jun- Los, y por arras, placeres tan divinos, delicias tan celestiales, que no tienen nombre en la tierra, porque apenas son conocidos de los míseros mortales. No sucederá en estos desposorios del espíritu, lo que sucede en los del cuerpo; que tras un poeo de alegría viene grande tristeza; tras un contento breve, una pena muy larga: y tras unas bodas muy dulces, un arrepentimiento más amargo. Una triste experiencia nos enseña que, en el estado matrimonial, por cada hora de gusto hay un día de pena, por cada día de placer un mes de dolores, y por cada mes de gozo un año de pesares y zozobras. Y aunque la dicha y el placer fueran constantes, al fin termina todo con la muerte de uno de los con- sortes, y para el otro no queda más que viudez peno- sa, soledad triste y llanto amargo. Pero el Esposo de las vírgénes, ese que tú para tí has elegido, 6 mejor dicho, que El te eligió para sí, ese nunca morirá, y la muerte, lejos de apartarte de El te llevará á “sus brazos. Entonces los ángeles rodearán tu lecho, y convidándote á las bodas eternales, cantarán aquella antífona divina; Ven, esposa de Cristo; ven á recibir la corona que de toda la eternidad tienes preparada. Y, saliendo del mezquino recinto de este mundo, CARTAS Á TEÓFILA 7
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