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52 LA VIDA RELIGIOSA tus ojos divinos llénalo de hermosura. Mira, Jesús mio, mira cuán pobres están estas violetas, las flores de la humildad ¿Cuándo veré yo á mi huerto embalsamado con el aroma de estas flores? ¿Cuándo aprenderé á ser como tú, manso y humilde de corazón? Mira, Bien mio, aquí tienes el plantel de las azucenas; ¡oh! ¡cómo me gustan estas flores de la pureza santa! ¡qué aroma! ¡qué blancura! ¡qué fragancia! ¡Consérvalas intactas para tí, que eres la flor del campo y el lirio de los valles! Pero ¡ay, cuánto temo! ¡Negros y asquerosos insectos vienen volando muchas veces por el aire, para posarse en ellas y mancharlas! espántalos con tu vista, Jesús mio, y no consientas jamás que esos impuros avechu- chos mancillen la pureza de mi alma... ¿Quiéres pasear ahora por entre los rosales? Estas son las flores de la caridad: ¡ay, Señor mío, cuán marchitas y deshojadas están mis rosas! ¡lástima da mirarlas! ¡Riégalas tú con tu gracia, mira quese marchitarán sin remedio! ¡Si Tú no cuidas de mi jardín, pobre de él! Mira, Jesús mío, mira lo que produce de sí este huerto de mi alma; ¿lo ves? ¡abrojos y espinas para tu amante corazón! Tiendela vista por este lado... ¡No hay más que ortigas, la hierva de la ingratitud! ¿Quién había de pensar, que jardin cultivado por tus manos produjera tal male- za? ¿Quién habia de suponer en mí tanta ingratitud? ¡Lo siento, Dios mio! y ojalá que yo solo sea el in- grato, y todas las otras almas te den flores de virtud y frutos de santidad... Esta es muy buena consideración y te la dejo in- dicada para que te aproveches de ella y ruegues por tu afmo. P, Fr. A.
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