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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 45 del alma, el mérito de todas las buenas obras que ha- ya hecho, y el gloriosísimo título de esposa de Cristo, quedando convertida en amiga de Satanás, y en habi- tación de demonios, según las frases de los libros san- tos. Bien podemos pedir á Jeremías sus patéticas lamentaciones para llorar la ruina y los estragos de esa alma. ¿Cómo se ha obscurecido el oro, perdiendo su brillo y hermosura? ¿Es ésta la hija de Jerusalén, en otrotiempotan hermosa? ¿A quiénte compararé, Virgen de Sión? Has perdido tu decoro, patente está tu igno- minia, pues has quedado como viña vendimiada, como jardín abandonado y como ciudad saqueada. ¿Por dónde se llega á tan triste estado? Ya te lo dije al principio, Sor Margarita, por el camino de eso no es nada y de poco me importa; porque esa poca im- portancia que damos á las cosas pequeñas, nos dispo- ne para caer en las grandes, facilitando la mala Cos- tumbre y haciéndonos perder el horror á lo grave. Esto es lo que hacía exclamar á San Juan Crisóstomo: Una cosa maravillosa me atrevo á decir, que os pare- cerá nueva y nunca oída; y es que algunas veces es menester poner más cuidado en evitar las faltas pe: queñas que las grandes, porque las grandes ellas en sí mismas traen consigo un horror y repugnancia qué nos hacen aborrecerlas; pero las pequeñas, por lo mis- mo que lo son, nos hacen flojos y remisos en desechar- las; y como les hacemos poco caso, de pequeñas que son, se convierten en grandes por nuestra indolencia (1). No seamos, pues, negligentes, no andemos por el ancho camino de eso no es nada, y asi estaremos segu- ros, que es lo que desea tu afectísimo Padre Fr. A. (1) Homil, 88, in Matth.
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