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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 41 lástima. Pues, si esto que es tan pequeño afea tánto la hermosura del cuerpo. ¿cómo afearán la hermosura del alma las faltas morales, ninguna de las cuales es pe- queña á los ojos de Dios? Ay ¡cuán feas aparecerán á los divinos ojos algunas almas por hacer poco caso de lo que llamamos pequeñas imperfecciones! Ya pues que somos tan cuidadosos de la hermosura exterior y tan solícitos de la salud corporal, no demos menos impor- tancia á la hermosura interior yá lasalud del alma. Acordémonos de que somos religiosos, y hagamos mu- cho caso de pequeñas faltas, porque abren el camino para ese abismo de ingratitud que tánto te espanta. Comprenderás esto mejor, si piensas que las ma- yores enfermedades y aun la misma muerte, proceden á veces de causas insignificantes, al parecer. ¿Qué cosa más insignificante que una pulga? Pues de una persona supe yo que sele metió una por el oído, se quedó sorda, atonteció y de eso murió. ¿Qué cosa más insignificante que la arista de una espiga de trigo? Pues no hace mu- cho que á un niño se le atravesó una en la gargunta y pereció ahogado. ¿Qué cosa más insignificante que el microbio, imperceptible á simple vista? Pues eso tan pequeño causa espantosos estragos en las familias y en los pueblos, llevando el contagio colérico á todas par- tes. En fin, ¿qué cosa más insignificante que el átomo de polvo que levanta el viento, por los caminos? Pues eso ha bastado á veces para dejar ciegos á los pobres caminantes. Lo mismo pasa en el orden espiritual: hay faltas que ciegan al religioso; hay imperfecciones que, por no destruirlas, hacen poco á poco languidecer al alma; esta insensiblemente pierde su vigor, y cuando viene á mirar por sí, ostá ya enferma de gravedad ó muerta por el pecado. Bien lo dice el proverbio común: Por un clavo se perdió una herradura, por una herra- dura, un caballo y por un caballo, el caballero que lo
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