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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 33 go se vaya dos veces de la casa de su padre? ¿Es posi- ble que la ovejita amada huya de los brazos del buen pastor?» No lo sé, Sor Margarita, y si lo sé me lo callo por ahora; pero sí te diré que en cierta ocasión, quejándo- se Dios de la ingratitud de su pueblo amado, mandó al profeta Jeremías que le dirigiera las terribles palabras con que empiezo esta carta, y que parecen dichas para los religiosos malos y para las religiosas culpables. “Yo, dice el Señor, os traje á la tierra del Carmelo para que comiérais sus delicados frutos; y después que es- táis en él, habéis contaminado mi tierra, y habéis puesto la abominación en mi heredad... Id á las islas de Cethim, recorred las regiones de Cedar, y ved con admiración que ellos no me han sido tan ingratos como vosotros... Espantaos, ¡Cielos! y vuestras puertas cai- gan de asombro, porque dos crímenes ha cometido mi pueblo; 4 mí me abandonaron, que soy la fuente de agúa viva, y se han ido á beber las aguas de cisternas disipadas, y de los sucios charcos del mundo... ¿Y qué vas ahora buscando por el camino de Egipto, para be- ber agua turbia? ¿Qué tienes tú que ver con el camino de los asirios?,, Así se quejaba Dios antiguamente de su pueblo amado, y así se queja también Jesucristo hoy, desde el fondo del sagrario, zahiriendo á las religiosas que mantienen amistades y relaciones con el siglo; á las que tienen aficiones reprobadas que las apartan del trato y comunicación con Dios. Yo, dice el Señor, te traje del mundo á este monte Carmelo, para que tú, re- ligiosa ingrata, gustaras en él los suaves frutos de mi amor; y en vez de hacerlo así, has contaminado mi he- redad, has sembrado la discordia en mi casa, y has puesto la abominación en el lugar santo. Vuelve tu vis- ta á las amigas que en el mundo dejaste; recorre las 3

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