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<K _«..o———_— ——————— $ LS XXV MIRANDO AL CIELO. En la noche callada, Y en sitio donde nadie me veía. La región estrellada Miraba el alma mia, Y, hablando con su Dios, así decía: ESEOSA de volver á contemplar ¡oh Dios mio! la grandeza y hermosura de tus obras vengo aquí otra vez, aprovechando el silencio de la noche, para derramar mi corazón en tu presencia y admirar la belleza de los cielos. La noche es serena y tranquila: la brisa nocturna agita blandamente -el frondoso ramaje de los árboles; las estrellas resplan- decen acá y allá, cual diamantes héridos por los rayos del sol; y las nubes, temerosas quizás de empañar el brillo de los astros, se han quedado allá en donde pa- rece que el horizonte se confunde con el mar. ¡Qué noche tan hermosa, Dios mio! La naturaleza parece muda al contemplar su propia belleza y esplen- didez; ese manso ruido que produce la brisa, jugando en la enramada, semeja un himno dulcísimo que los árboles cantan á tí, que eres su Criador. ¡Qué calma! ¡qué paz! ¡qué silencio!; pero silencio elocuente, por-

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