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436 FLORES DEL CLAUSTRO Sí, Dios mio; yo, como miserable, pago con quejas tus bondades; ¡pero tú! ¿Quién te sirvió jamás, que tú no le pagases largamente? ¿Cuándo has cerrado tú los oídos á los clamores del pobre? ¿Cuándo dejaste de dar á quien supo pedirte bien? ¿Cuándo cerraste tus puer- tas, 4 quien confiado y humilde llamó á ellas? ¿Cuándo jamás te escondiste de quien te buscaba? ¿Cuándo de- jaste de amar ni á tus mismos enemigos? Pues entonces, ¿cómo me quejé de tácon amorosa amargura? ¡Perdón, Jesús mio, perdón! que ya conozco la sinrazón mia y la bondad tuya. A porfía hemos andado toda la vida, yo á ofender- te y tú 4 perdonarme; yo á huir de tí y tú 4 buscarme; yo á volverte las espaldas y tú á ofrecerme los brazos. Siempre te hallé fiel y amoroso, siendo alegría en mi tristeza, remedio en mis males, salud en mi enfermedad y refugio en mi tribulación. ¿Cómo, pues, tuve osadía para quejarme de tí? ¡Confieso mi ruindad, Dios mio! Reconozco mi mu- cha inmortificación y mi poca humildad, pues como ni- ña mimada y caprichosa, me creí abandonada porque me faltaban tus caricias; caí en desconfianza y abati- miento, porque no me regalabas; y me juzgué desfa- vorecida, olvidada y perdida, porque retiraste de mi tus dulces consuelos. Amor de niños es este, y no de mujer constante; amor como el del perrito que mueve la cola mientras lo halagan y le dan pan; pero que en faltándole este no hace más que ladrar y dar aullidos. Avergienzome de ello, Señor, y contra mí mismo te confieso mi iniquidad. Culpa mia fué si te perdí, ¡oh Jesús mio! y culpa mia fué si más pronto no te hallé, porque te buscaba donde tú no sueles estar. Sólo en la cruz tienes resi- dencia fija, y yo, ¡torpe de mi! huía de la cruz y los trabajos. ¿Cómo te había de encontrar?
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