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E 416 FLORES DEL CLAUSTRO ctus, Sanctus que resuena dulcemente en mis oidos. ¡Oh, cuánto goza mi alma entonces! Todo mi sérexpe- rimenta un placer, una dicha, un gozo y alegría tan inexplicables, que mi lengua enmudece al quererlo expresar. Pero... ¡ay dolor! cuando vengo á tí tierna y amo- rosa y te encuentro pobre y solo, escondido en ese al- tar, olvidado de los hombres, mí alma desfallece, mi corazón se parte de dolor y lágrimas de sentimiento corren por mis mejillas, llorando así la ingratitud de los mortales. ¿No hay almas ya en el mundo? ¿Se han acabado los corazones amantes sobre la tierra? ¡Hay almas! ¡hay corazones! ¡pero pobres almas y pobres corazones que viven olvidados de tí, amor mio! Tú has fijado tu' mansión entre los hombres y permaneces no- ches y días, meses y afñios en ese altar, esperando amor y reconocimiento de los corazones y no- recibes más que olvido, indiferencia é ingratitud. ¡Pobres ciegos! ¡Estás entre ellos, y ellos no te ven! Vives entre los mortales y ellos no te conocen! ¡Insensatos! ¡Oh Rey mio! ¡Rey sin cetro ni corona en ese altar! ¡Quién pudiera rendir á tus piés todos los corazones de los hombres! ¡Oh quién pudiera encender en ellos el fuego del divino amor y abrasarlos en é1! ¡Quién me diera poder para traerlos aquí á que te cantaran him- nos y cánticos de alabanzas como se te cantan allá en la gloria! Pero.... ¡ay! ya que esto no me es dado, yo te rendiré por ellos perpetuas adoraciones; mi corazón te amará por los que no te aman, pensará en ti por los que te olvidan, y-te alabará por los que te ultrajan, y cuando nuevas ocupaciones me obliguen á separarme de tí, lo haré, como ahora, dejando entre suspiros y adoraciones los afectos de mi alma al pie de tu taber- náculo.
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