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Y ARRULLOS DE PALOMAS 391 El hijo del hombre no tuvo donde reclinar su cabeza. ET A PS co Lavaré mi lecho con mis lágrimas, y con ellas re- caré la almohada en que me reclino En los corredores y claustros se leexí éstas: ¡Oh dichosa soledad! ¡oh sola felicidad! Bienaven turados, Señor, los que moran en tu casa: ellos te ala barán por los siglos de los siglos. Muramos para la tierra y viviremos para el cielo. En la entrada del refectorio dice: No de sólo pan vive el hombre. Si no dejas los placeres, ellos te dejarán á ti A Jesús en su sed horrible le dieron hiel y vinagre. En los alrededores del coro hay expresiones de los salmos: Te alabaré en presencia de los ángeles. Cantad salmos al Señor. 'Tú rompiste mis cadenas, y yo te ofreceré sacri. ficio de alabanza. Cantaré eternamente las misericordias de Dios Cada puerta y cada tránsito tiene su sentencia, á cual más hermosa y consoladora; tanto, que en momen- tos de tristeza me basta traer á la memoria una de esas bellas inscripciones para sentir nacer en mi corazón raudales de ternura, de fortaleza, de júbilo ó de cual quier otro afecto que necesite el alma para poner en equilibrio sus nobles facultades. ¿No he de estar con- tenta con mi soledad? ¿No ha de ser ella mi cielo en la tierra? Oh dichosa soledad! Oh sola felicidad!
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