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E E a 382 FLORES DEL CLAUSTRO y tu mal será corregido y remediado: hallaráste ali. viada y fortificada en tus aflicciones, moderada y re- glada en tus consolaciones. Pondrás en él una gran confianza, mezclada de una sagrada reverencia, de suerte que la reverencia no disminuya la confianza, y que la confianza no estorbe á la reverencia; confía en él con el respeto de una doncella para con su Padre; respétale con la confianza de un hijo para con su Ma- dre. En fin esta amistad ha de ser firme y dulce, santa, sagrada, divina y espiritual, que no dejará de serlo, si es Dios quien te lo envía.,, Tú me lo diste á mí ¡oh Jesús mio! mucho mejor de lo que yo supe rogártelo: ¡al fin como dado por tí! La primera vez que oí su voz de fuego parecíame, vida mia, que te quejabas junto 4 la reja dulcemente de las ingratitudes mias; y á medida que sus palabras pene- traban en mi oido, sentía yo allá en el fondo de mi pecho que la indiferencia y frialdad para contigo se desvanecía y desaparecia de mi corazón, como des- aparece la nieve de las montañas cuando los rayos del sol caen perpendicularmente sobre ella. Entonces te prometí ser tuya, solo tuya, toda tuya y siempre tuya. Tuyos los latidos de mi corazón, tuyos mis pen- samientos, tuya mi vida, tuya mi alma, tuya mi yo- lIuntad, tuyo miser; y hasta hoy lo he cumplido. Mas ¡ay! ¿por qué no me diste á entender antes que querías todo eso de mí, Jesús de mi alma? Es verdad que tú me llamabas y yo lo sentía; algunas veces cuando entraba en el coro me parecía oir un ge- mido que salía del fondo de tu Sagrario, como queján- dote del olvido en que te tenía, y yo te contestaba con suspiros y con lágrimas. Otras vecas me iba de noche á la ventana del claustro y allí, asomada, con los ojos fijos en el cielo y vertiendo dulces lágrimas te decía lo que sólo tú sabes. Quería volar á tí y no sabía cómo,

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