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Y ARRULLOS DE PALOMAS 377 á veces los vientos de la disipación y el hielo de la tibieza son los que secan estas flores de las virtudes, inclinándolas al suelo que les sirve á un mismo tiempo de lecho y de sepultura. ¡Qué insensiblemente, con qué lentitud, pero de qué modo tan certero se apodera del alma la tibieza! Hoy es una falta de silencio que se comete con temor: mañana un poco de pereza y de indolencia en el ser- vicio divino; luego el abandono de ligeras mortifica- ciones; después los descuidos en la oración; tras de esto la disipación de espíritu que va alejando lenta- mente á Dios del alma, ocultándose por fin y dejándola privada de su luz y su calor, como nos deja el sol cuando se oculta tras gigantescas cordilleras Ó6 entre las ondas del mar. Así te ocultaste 4 mis ojos ¡oh Jesús del alma! y ésta quedó en oscuridad y perdió poco á poco su ale- ería, su quietud y la paz que disfrutaba mientras te fué fiel. Una tristeza lenta, pero profunda como el si- lencio del sepulcro, se apoderó de mi pecho, que arro- jaba hondos suspiros al aire y enviaba á mis ojos rau- dales de amargas lágrimas: era que mi corazón sentía ya los estragos de la tibieza. Un día de retiro miré despacio el jardín de mi alma y vi con dolor que las ortigas se habían apode- rado de él, sofoeando por completo las flores que en otro tiempo perfumaron el ambiente. Extendí mi mano para arrancar aquella maleza, y.... ¡cobarde de mí! al sentir las punzadas de sus menudas espinas y el escozor que producían, desistí.... y dejé que convirtie- ran en erial el jardín de mis amores. Más de una vez lloré al verlo así, como llora el niño enfermo que ama la salud y se resiste á tomar las medicinas; y, mirándolo, me acordaba de Jesús y decía para mí: Él es Cordero divino que entre lirios se AZ e TS e - APA gara 4% Ñ 4 di mit, fo A o AENA Lo e

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