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LITNATIITN ATI I NATOA VOUUV vull DE CÓMO CAÍ EN LA TIBIEZA, rrespondiera por la mia, con un amor eterno y un $a- crificio constante. Pero ¿dónde está la constancia de la criatura? Durante algunos años mi alma fué para ti jardín ameno de galanas y perfumadas flores, plantadas por tu mano y regadas con tu gracia. Ese jardín debió estar siempre lozano y hermoso, lleno de flores y car- gado de frutos para tí; y sin embargo, recuerdo con pena que vi mustias sus flores, amarillas sus plantas y encaracoladas sus verdes hojas. ¿Qué le pasaba á mi jardín? ¿Lo quemaba acaso el sol abrasador? ¿Lo rendía el calor de un verano ar- diente? ¡No! Vergel que tiene abundante riego jamás perece por exceso de calor. Los fríos del invierno son los que le dañan; los vientos helados son los que lo secan y matan. El fervor de espíritu y el ardor de los divinos amo- res no es lo que suele dañar á las almas religiosas:

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