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Y ARRULLOS DE PALOMAS 371 laban algo de la hermosura y perfecciones de nuestro Padre celestial; y así las flores eran para ella sonrisas del Eterno, los astros, pregoneros de su gloria, la tie. rra, emblema de su fecundidad, las tempestades, mi- nistros de sus justísimas iras, los mares, testigos de su inmensidad; y mares, tempestades, tierra y cielo, astros y flores, eran para su alma carbones que la en- cendían y abrasaban en amor de Dios. ¡Oh qué madre tan santa me dió el cielo por maestra, y cuánto bueno me enseñó! Para escribirlo todo, sería preciso entregar la pluma á la bulliciosa y ligera brisa de la mañana, á fin de que ella la moviera á su placer. Tenía mi Maestra pasión por las flores, y me enseñó un lenguaje misterioso que de ellas aprendió. Cada Una era para ella símbolo de una virtud ó una pasión; cada una expresaba un sentimiento de su alma, ó era emblema de un afecto de los mil que bullían en su ar- diente corazón. Hasta las ocupaciones más triviales de su vida estaban simbolizadas por las flores ó las plantas, úe tal modo, que con el pequeño vocabulario formado por ella en una mano, y en la otra el ramo de flores que mandaba al sagrario, se entendía claramente lo que significaba, lo que quería decirle al Dios de la Eucaristía. Más de una vez me entretenía en este exa- men, y ví que cada ramo de flores era una plegaria, una verdadera oración, y hasta una carta al Prisionero del Tabernáculo, la cual terminaba con el nombre de su fiel sierva. Pocos recuerdos de mi noviciado tengo tan graba- dos como éste en mi corazón. Como alli el silencio es perpétuo y riguroso, me servía de encanto y me era muy delicioso hablar sin abrir los labios, y expresar sin ser oida los afectos de mi alma. Por esto gozaba, cuando decía mi Madre que la vida de una novicia de- bía parecerse á la mosqueta blanca, símbolo del silen- Ls ES A 4 | | | o

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