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vi M1 APRENDIZAJE. A MOCÓME en suerte y dióme el Cielo por Maes- tra una mujer singular, verdadero angel de la tierra, ejemplar de todas las virtudes y espejo de la vida monacal. Tenía la fortaleza del martir, la pru- dencia del sabio, el celo de un apostol, el candor de una virgen, la penetración de los querubines, y un al- ma delicada, sensible y tierna, como de niña inocente. Vivía endiosada en medio de sus ocupaciones, sin que estas jamás fueran parte para turbar su quietud ni sacarla de su celestial endiosamiento. Vivía unida á Dios en todas partes, porque todas las cosas le ha- blaban de Dios. El mundo era para ella un libro abier- to que en todas sus páginas le hablaba de amores, pero de amores divinos. La creación entera no era á sus ojos más que un velo misterioso de trasparente gasa, tras el cual aparecía perfectamente dibujada la imagen del Creador, iluminada con los destellos de su misma hermosura, de su sabiduría eterna y de su bondad in- mensa. Por eso en todos los seres de la creación no veía más que hermanos cariñosos, cuyas fisonomías reve-
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