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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 19 virtud, deis fruto de santidad, y este fruto sea durade- ro y permanente. Estas palabras divinas que he puesto por epígrafe de mi carta son tan sublimes y encierran tan profunda teología, que bastarían á dar materia de meditación por espacio de muchos meses á un alma pensadora. En ellas están indicados los secretos de la predestinación, los misterios insondab!es de la gracia y la terrible po- tencia de la libertad humana, que en un momento acia- go puede resistir á la voluntad divina y perturbar el orden moral establecido por el Eterno. Pero dejando á las aulas escolásticas la solución de estos tremendos y pavorosos problemas, nosotros vamos á buscar en esas palabras de Jesucristo incentivo para nuestra piedad, fomento para la devoción, pábulo y alimento al amor de nuestros corazones; y en tal asunto creo que no es- tará mal empleada esta carta. Fijemos, pues, nuestra atención en las primeras palabras del Salvador, y veamos lo que con ellas quie- re decirnos. No me habéis elegido vosotros á mí, por- que no está en manos de la criatura, antes de ser for- mada, la elección de su destino. No me habéis elegido vosotros á mí, porque la criatura ni aún después de ser formada puede trazarse el camino que le ha de conducir á Dios. No me habéis elegido vosotros 4 mí porque allá en los días de la infancia, sin pensar siquieta que os crié y os redimí, vivíais olvidados de mi amor, corrien- do por calles y plazas, á la manera que el corderillo re- toza por el prado. No me elegísteis vosotros á mí, por- que al olvido natural de la infancia añadísteis en la adolescencia el pecado, que hirió con penetrante he- rida mi amoroso corazón. No me elegísteis vosotros á mí, porque estando vuestras almas muertas por el pe- sado, yo las resucité á nueva vida con la eficacia de mi amor. No me elegísteis vosotros á mí, porque cuan-

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