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Y ARRULLOS DE PALOMAS 369 flores del patio se inclinaban dulcemente, dando asen- timiento á mis palabras, y dándome tambien la bienve- nida. ¿Qué sintió mi alma, cuando al fin me vi vestida con aquel hábito por el cual tanto habia llorado? ¡Ah! parecióme qué él me hablaba con cariño y me decia: Mira; ya nu podrá llegar hasta tí nimancharte el hálito ponzoñoso del mundo, porque yo estoy aquí para de- fenderte. Y yo lo acariciaba con entusiasmo santo, cual puede acariciar un guerrero la férrea cota que le de- fiende de los golpes enemigos, Me miraba y no sabia si reir ó si llorar de gO0ZO: corrí al convento para que me vieran sus vetustos mu- ros con mi nuevo traje: llegué al huerto y saludé á las flores, y á las plantas, pidiéndoles albricias: bajé al patio y abracé sus columnas, besándolas con delirio y diciéndoles en cada beso: Ya estaré siempre con vyos- otras. Paseé los claustros y corredores, diciéndoles que eran mios y yo de ellos; ellos la jaula y yo la avecilla voluntariamente presa entre sus muros; subí á mi celda, besé su pavimento, sonreí á sus paredes y prometí vivir en ella, como la santa que me había precedido en aquella dulce morada: me dirigí al coro y desde sus rejas miré al sagrario y hablé 4 mi Prometido: ¿Lo ves, Jesús mio? ¡Tuya! ¡siempre tuya! y..... saboreando es- tas palabras y repitiendo estas obras, pasé los delicio- sos días de mi noviciado. En aquel tiempo era yo una de esas cariñosas ove. jitas que no pueden vivir separadas un instante de su buen pastor: si comen, ha de ser junto á él; si duermen tiene que ser á sus pies; si se recrean, ha de ser con él: no saben vivir de otro modo. Así vivía yo pensando siempre en tí ¡oh Jesús mio! amando sólo á tí! Mi vida en el claustro así tenía que ser: por tí, para tí y en tí, 24 A e pot ee A a e

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