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Y ARRULLOS DE PALOMAS 367 ¡bendita soledad! ¡benditas penas! ¡bendito sacrificio, que tantos bienes me ha traído! Premio de tanto padecer fué la voz de mi amado que resonó en el fondo de mi alma, diciéndole como á la afortunada esposa de los Cantares: “Pasó el invier- no; cesó la lluvia; aparecen las primeras flores y se oye el gemido de la tórtola, arrullando en el bosque: Le- vántate, pues, amiga mía, y ven; salgamos al campo y moremos en el valle misterioso del Paraiso., Y á esta voz se desvanecieron aquellas sombras, aquellas nubes que oscurecían el horizonte de mi alma, y apareció para mí el claro día, el dorado sol. A la furiosa tempestad había sucedido la más deli- ciosa bonanza, y mi alegría no tenía límites, como no lo habían tenido mis penas; porque Él habia hablado á mi alma con ese lenguaje misterioso y me había dicho, que muy pronto iba á ser suya para siempre, dándole al mundo mi último adiós y realizando así, todos mis ensueños de felicidad. ¿Qué más podía ambicionar? ¿qué más podía apetecer? Á las lágrimas, que por tanto tiempo habían surcado mis mejillas, sucedió la sonrisa en los labios, la calma y alegría en el corazón; y alegre cantaba mis amores, como canta el pájaro en primave- ra, contemplando su nido. a 2 A Ñ aa 57
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