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Y ARRULLOS DE PALOMAS 359 aguas las flores de sus orillas; en el canto del ruiseñor que gemía escondido en la espesura del bosque; en las palmeras que se mecían arrulladas por el céfiro, y en los naranjos cubiertos de blancas y aromáticas flores 6 de dorados y vistosos frutos. Por la mañana solía despertarme el canto del gallo, cuando las primeras tintas de la aurora blan- queaban el horizonte; y, al dejar el lecho, me gustaba escuchar la algarabía de los pájaros que anidaban en el tejado, 6 el balar de los rebaños que dejaban el redil para triscar por el prado, al dulce y agreste son de los cencerros y campanillas que los mansos lle- vaban. Entonces, cual paloma que vuela de su nido, salía yo de mi blauca y alegre casita á cojer el corderito que más cerca de mí pasaba, ó corría alegremente tras de las pintadas mariposas que volaban de flor en flor, cuando aún las gotas del rocio brillaban sobre sus ma- tizados pétalos. ¡Ay, Jesús mio! Al trazar estas líneas parece que mi alma se traslada al delicioso campo que fué el mudo testigo de mis inocentes juegos. Nada era entonces para mí tan grato como con- templar la salida del sol cuando asomaba su resplan- deciente disco por encima de los montes cubiertos de ligeras y blancas nubecillas que se trocaban de repen- te en púrpura y grana, así que las envolvía con su luz el rey de los astros. Éste dejaba caer y esparcía sus rayos como lluvia de oro sobre las verdes arboledas que, agitadas blandamente por la brisa de la mañana, producian un rumor delicioso.que escuchaba mi alma con gozo inefable, porque le hacía sentir una emoción indefinible. Luego fijaba mis ojos en el azul purísimo del cielo, y al yer remontarse por el aire á la madrugadora alondra, mi alma deseaba salir del pequeño cuerpo dl RA a Sr a
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