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280 LA VIDA RELIGIOSA para sufrir con paz todas las adversidades; que las en- fermedades y penas que Dios nos envía, bien sobrelle. vadas, valen más y son de más merecimiento y de me- nos peligros que todas las mortificaciones que podamos hacer nosotros, por grandes que sean. Esos males y tribulaciones nos asemejan mucho á Jesucristo, hacen subir de quilate nuestra virtud y nos ponen en aptitud de recibir muchas mercedes y gracias del cielo. Asi lo dió á entender el Apostol cuando: dijo que de buena gana se gloriaba él en sus enfermedades y penas para que en él habitara la virtud de Cristo. Mira, pues, si podías darme nueva más grata que la de hacerme sa- ber los males y tribulaciones con que Dios te prueba. Las penas y los dolores son de tanta estima á los ojos de Dios, que muchas veces suele Él pagar con eso los grandes servicios que le hacen sus amigos y siervos muy regalados, como se ve en la vida de todos los santos. Cansado y fatigado de hacer obras” de misericor- dia, se acuesta el patriarca Tobias á descansar un po- co, y estando dormido, de un nido de golondrinas que había en el techo, cayó suciedad sobre sus ojos, de cuya resulta quedó ciego. ¿Es este el galardón que merecían aquellas obras de piedad y aquellos servi- cios hechos á Dios? ¡Sí, sin duda alguna! Ese es el ma- yor premio que Dios puede dar á quien bien le sirve; así lo enseña la razón y vamos á probarlo con este pa- saje de la Escritura Sagrada. Cuando el rey Asuero quiso pagar á Mardoqueo el servicio que le hizo, descubriendo la conjuración tra- mada contra él, preguntó á su primer ministro qué de- bía hacer el rey que quisiera honrar á un vasallo suyo, cuanto fuera posible honrarle; y Amán le contestó: Se- for, paréceme que el mayor honor que un rey puede hacer á un vasallo es adornarlo con sus mismas vesti-

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