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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 277 riosas para Dios. ¡Ay, Sor Margarita! no vaciles jamás; no dudes nunca de la amorosísima providencia de Nuestro Señor; no le hagas la injuria de creer que te abandona, que no atiende á tus plegarias, ni escucha los gemidos de tu corazón. Si difiere socorrerte, es pa- ra tu mayor bien; si permite la lucha, es para que con- sigas la victoria; si te deja arder en ese fuego, es para más purificar tu alma, y si te permite tantos sufri- mientos, es para multiplicar tus méritos y tu gloria. ¡Animo, pues, y no vaciles! Cuando estés á punto de ahogarte, acude á Jesús, como los discípulos y des- piértalo con tus clamores; que, si Él consiente que se levante contra ti esa deshecha borrasca, es para mos- trar su poder, su bondad y el grande amor que te tie- ne. Acude á Él y despiértalo, que una mirada de sus divinos ojos basta para calmar esos mares alborotados. Y levantándose Jesús, amenazará al viento y dirá á la tempestad: ¡Calla! ¡Enmudece! Y cesarán los vientos y seguirá la bonanza. No desfallezcas, pues, ni te dejes engañar del de- monio. Por ese mar tempestuoso han navegado todas las almas que han arribado al puerto de la santidad, y Jesús te hace la gracia de llevarte por él: no le seas ingrata ni desagradecida. Poco importa que tú no co- nozcas el rumbo que llevas, ni á dónde te arrastra esa corriente impetuosa. Cristo es el piloto que conduce la barca y ésta no podrá perecer. Él conoce el derrotero y te llevará á las ignotas playas de los amores divinos; y allí, después de probada y purificada como el oro en el crisol, tendrás por descanso al Corazón Divino de Jesús. Y entonces, al sentir sus inefables caricias, te parecerá que has sufrido poco por su amor, que la pa- ga es mayor que el trabajo y la bonanza más deliciosa que horrible fué la tormenta. Te repito que seas muy confiada, porque Dios que

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