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XLII LAS TEMPESTADES DEL ALMA, ¡ Domine, salva nos, perímus! ¡Sálvanos, Señor, que perecemos! MAT. VII. 25. 13a mia muy amada en el divino Corazón bien sé yo que en la vida espiritual hay ciertas époc as de pruebas amarguisimas, enviadas por Dios para purificar al alma: pruebas de que no puede formarse idea el que no las haya gustado; y pruebas en fin que ponen á la pobre alma en las puertas de la desesperación. Ya te decía en mi anterior que para la paloma de Jesús, no todo es paz y regalo, sino que tie- ne también sus dias de borrascas espantosas; pero no sabía ni me lo pensaba siquiera, que estuvieras pasan- do ahora una de esas terribles pruebas interiores; y sin embargo, así debe ser, á juzgar por la vehemencia con que expresas los sufrimientos de tu espíritu. “Yo soy—me dices—esa pobre paloma arrollada por la tempestad. Tiempo ha que se cerró para mí la puerta de los consuelos y de aquellos sentimientos di- vinos que tanto me alentaban; se cerró... y hase abierto en mi corazón una fuente de amargura que rebosa y
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