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258 LA VIDA RELIG[OSA Pídamos, pues, al Señor que nos dé superiores de esta clase; y no hagamos nosotros más pesado su oficio con nuestras quejas y llanto. El superior al mismo tiempo que médico es padre, y para un padre es muy doloroso tener que curar á su hijo y cauterizar sus lla. gas. Si el hijo se muestra contento, animoso y agrade- cido, todavía el padre se anima y quema, corta ó aprie- ta, según la hecesidad; pero si el hijo llora, chilla y pone el grito en el cielo, entonces se expone á que el padre, si no es muy animoso, lo deje por imposible, y la enfermedad se haga crónica, y acabe con él. ¡Oh, cuántos viven enfermos por esta causa! ¡Líbrenos Dios por su misericordia de tal desdicha! Aquí tienes, pues, Margarita mía, las dos medici- nas que unidas entre sí remedian todos los males y de fectos contrarios á la obediencia: en nosotros, conoci- miento humilde y persuasión íntima de la enfermedad que nos combate; y en el superior brio y energía para curarnos: en nosotros la disposición de ánimo para ne- gar siempre nuestra propia voluntad, sacrificándola en aras de la obediencia; y en él acostumbrarnos á esa abnegación y facilitarnos su ejercicio por medio de una práctica prudente y continuada; y con estas dos cosas tengo por seguro que desaparecerán todas las faltas contrarias á la virtud de la obediencia. Animo, pues, que si tenemos lo primero, lo segundo no puede faltar, porque cuando falta el mandato del superior, tenemos la regla y el horario que nos mandan lo que hemos de hacer cada instante; y podemos tomar sus prescripciones por ejercicio de abnegación y obedien- cia. Hazlo así, y serás tan perfecta en este punto como desea tu afectísimo Padre, Fr. A.

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