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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 253 la soberbia trasmitida por Adan á su descendencia to- da entera. Quizás fué esto lo que nos quiso enseñar el grande Apostol en las palabras que ves al frente de ésta: Por la desobediencia de uno, todos hemos sido he- chos pecadores; es decir, todos hemos sido hechos des- obedientes por la desobediencia de nuestro primer Pa- dre; todos hemos sido manchados con su culpa, todos hemos heredado su flaqueza, todos hemos nacido con su pecado y todos hemos contraido su enfermedad, porque en la constitución de nuestro ser ha entrado un elemento maléfico, una cualidad morbifica, un germen virulento llamado orgullo, el cual destruye la bondad nativa y la perfecta rectitud con que Dios crió al hom- bre, dejándonos torcidos, inclinados al mal y enfermos con la triste enfermedad del egoismo, que tiende ridí- culamente á la independencia absoluta. Pues conocer esta enfermedad y estar persuadidos de nuestro mal es un gran paso para llegar á sanar, porque interesado está el enfermo en buscar medicina para curarse, y no menos interesado el médico de nues- tras almas en propinar á su tiempo el remedio para que consigamos la salud. Un enfermo que siente su mal y conoce su enfermedad, se sujeta de buena gana á la cura por dolorosa que ésta sea, y sigue el tratamiento que se le prescribe sin dejarse llevar de sus apetitos, ni guiarse por sus deseos, sino por el régimen de quien tiene á su caryo curarle. Si le amarga la medicina, si le duele el cauterio, si le atormenta la dieta, si le re- pugna el purgante, no por eso lo rechaza ni lo tira, sino que apechuga con ello y todo lo sufre y todo lo pasa por conseguir la salud. Y si por acaso el hambre le desvela, y apetece comer frutas ú otros manjares nocivos; si la sed le devora en el ardor de la fiebre, no por eso come ni bebe lo que su apetito demanda, sino que guiado por la razón, se priva de aquello por temor de que le daño,
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