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O CARTAS A SOR MARGARITA hijos de Dios, trayéndonos á su santa casa. El fué quien con mano fuerte y brazo poderoso nos sacó de aquella servidumbre ominosa: ¿no es justo, pues, que aquí levantemos nuestra voz con el profeta para darle gracias? ¿No es justísimo que entonemos aquí un him no de gloria á nuestro libertador? ¡Sí, Dios mio! Tú rompiste mis cadenas; á tí ofreceré sacrificios de ala- banzas. Es nuestro Señor tan amigo de la gratitud y de que tengamos presentes sus beneficios, que cuando sa- có del cautiverio de Egipto á los hebreos, les encargó que se acordaran siempre del dia en que tan gran mer- ced les habia hecho. Y este encargo lo hizo tan de ve- ras, que les mandó celebrar en memoria de aquel favor una fiesta todos los años, fiesta que duraba por espacio de ocho dias, para que en ellos se ejercitara el pueblo en hacimiento de gracias por los beneficios recibidos. Pues, si esto mandaba Dios á su pueblo en recompensa de la libertad terrena que le dió, ¿qué debemos hacer nosotros en recompensa de la libertad espiritual que nos ha dado? ¿Qué será razón que hagamos los religio- sos para conmemorar el dia en que su potente diestra nos sacó del cautiverio del mundo y nos dió posesión de la tierra prometida? Si ellos, al verse libres de Egip- to y fuera del Mar Rojo, entonaron á Dios un cántico de loores y gratitud, ¿no es justo que también nosotros entonemos á Dios gratas canciones? Cantemos, pues, con el profeta y digamos: ¡Rompiste, Señor, mis cade- nas; á tí ofreceré sacrificios de alabanzas, invocando tu santo nombre! Esta es la frase que deben pronunciar cada dia los labios del religioso agradecido, y más en el cumpleaño de su entrada en religión, dia que debe consagrarlo todo á mostrar á. Dios su agradecimiento. ara excitar en nuestras almas estos sentimientos de gratitud, será bien considerar aquí el cúmulo de be-
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