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ERAS Mr id 246 LA VIDA RELIGIOSA diencia son también mayor falta de lo que á primera vista parece, y más si esos pretextos y excusas no son verdaderos, como de ordinario acontece; y la prueba de que no son verdaderos la da una triste experiencia de lo que pasa entre religiosas poco amantes de obe- decer. Hay unas que, cuando les mandan hacer labo- res de comunidad, se excusan con sus muchos queha- ceres y su falta de tiempo, de tal arte, que es preciso dejarlas por imposible; y esas religiosas tan ocupadas se pasan el año haciendo flores y vanidades para dar- las de aguinaldo por Navidad á sus conocidos. ¡Qué tesoro de obediencia amontonarán al cabo del año! He visto otras que, con mucha suavidad, se excusaban de hacer un trabajito indicado por la Superiora, diciendo que estaban muy ocupadas, que lo hiciera Fulana; y mientras esta Vulana lo hizo, ellas estuvieron regando macetas y echando pan á los peces del estanque. ¡Qué modelo de obediencia! ¡Cuántos pretextos falsos y cuántas dobleces de este género hallará el Señor en muchos y en muchas que han profesado obediencia y han hecho renuncia de su propia voluntad! ¡Ob, qué camino tan ancho y tan de perdición es éste! ¡Líbrete Dios, querida Margarita, de andar por él! Cuando haya un motivo verdadero para dejar de obedecer, exponlo con libertad, y, expuesto tu motivo, haz lo que se te Ordene; pero los pretextos mendigados y las excusas falsas estén lejos de ti, porque á los ojos de Dios son verdaderas desobediencias. Hay otro gran defecto contra la obediencia que no sé qué nombre darle ni cómo calificarlo: defecto que nace del apego de unas religiosas á otras, apego que insensiblemente hace que el alma quite la yista de Dios para ponerla en la criatura, y que mire, más que á la autoridad, á la persona que la ejerce y repre- senta. ¡Oh, cuántos males siembra el demonio entre
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