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E e 222 LA VIDA RELIGIOSA muchos y divinos bienes, menester esque te acojas también á la soledad que es maestra de todo eso. Ya te indiqué en mi anterior, que iba á tratar de los bienes y provechos que en sí tiene la soledad, por parecerme que esto era necesario para hacértela cada dia más amable. Naturalmente somos amigos de la di- sipación y de las vanas conversaciones, por ser esto suave y de buen gusto para nuestra mala inclinación: y somos enemigos de la soledad y el retiro, por ser es- to áspero y desabrido al paladar de nuestra corrompi- da naturaleza; y de aquí nace que algunos religiosos, aunque amen la soledad, huyan de ella, como hace el niño enfermo, que aunque estima la salud, detesta la medicina, por parecerle amarga ó desabrida; de modo que para tomarla es preciso que antes la endulcen y le pongan delante el azúcar, y le digan uno por uno los provechos que se le seguirán, si la toma. Esto mismo haré hoy contigo, no porque seas niña en la virtud, ni porque necesites de esto para vivir siempre retirada, sino para que tú, como maestra, puedas persuadir esta verdad á las que lo necesitan. Pues el primero y el mayor de estos bienes es el trato y unión con Dios, que en la soledad se experi- menta. Bien lo dijo el extático San Juan de la Cruz, ¡como que le había gustado por experiencia! En la can- ción treinta y cinco de su inimitable Cántico espiritual entre el alma y Cristo, dice que ella, como paloma casta En soledad ha puesto ya su nido, Y en soledad la guía A solas su querido, También en soledad de amor herido. Y declarando el Santo esta canción, dice que dos cosas hace en ella el Esposo divino: la primera alabar la so- ledad en que el alma quiso vivir, diciendo cómo fué

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