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218 LA VIDA RELIGIOSA y todo le ayuda á levantar su mente al cielo y purificar su corazón. Y, para decirlo de una vez, la religiosa que ama la soledad de su celda y en ella mora, vive en de- licias llena de alegres esperanzas, tranquila de ánimo, segura de conciencia, amada de Dios y rodeada de án- geles: allí tiene una quietud apacible, un dulce sosiego y posee silencio celestial en vez del mundanal ruído, y tranquilidad en lugar de perturbación, y libertad sin servidumbre, y descanso sin pena, y alegria sin triste- za y gozo sin fastidio que le impida levantar su cora- zón á Dios. ¡Ob soledad! tú elevas De este suelo lodoso y polvoriento Al hombre; ¡tú le llevas Al alto firmamento En ales de sublime pensamiento! ¡Ay del quete contempla, Ob grata soledad, y tu alegría Sus pesares no templa! ¡Ay del que se desvía, De tu dulce y amable compañía! Yo tengo por desgraciada á la religiosa que no es amiga de la soledad y por infeliz al religioso que está bienavenido con los quehaceres que le apartan del re- tiro de su celda. Nosotros dejamos al mundo, porque no queríamos pertenecer á él; y no queríamos pertene- cer á él, porque nos apartaba de Dios; y porque nos apartaba de Dios, buscamos la soledad del claustro, para librarnos de sus lazos; ¿pues cómo somos tan in- consecuentes y tornadizos, que volvemos á ligarnos con los lazos que rompimos? No es la soledad, como piensan muchos, causa de tristeza para los buenos religiosos, sino al.contrario, causa de gozo y delicias inefables. Esa es una buena
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