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pe] 2 mr 218 LA VIDA RELIGIOSA mar: ¡Quién me diera alas de paloma para volar y des- cansar! Y he aquí que me alejé huyendo y reposé en la soledad., ¡Dichosa tú, si ese temor santo que se apodera de tu alma, te da como al rey profeta alas de paloma para huir del mundo y morar gustosa en la soledad! porque, si bien lo consideras, ella es la guarda de la inocencia y uno de los mejores medios para la santifi- cación de las religiosas. Es cosa indubitable que el alma no puede santifi- carse sin los auxilios de la gracia y las inspiraciones de lo alto: y por experiencia sabemos que el trato con las gentes, los negocios seculares y el ruido del mundo, nos ensordece y nos inhabilita para oir la suave y dul- ce voz de las inspiraciones divinas. Por eso dice el Se- for, hablando del alma que quiere santificar, que la llevará á la soledad y le hablará al corazón; mas esto se debe entender, no precisamente de la soledad del cuer- po, sino de la soledad del alma, puesto que como dice San Bernardo, Dios no es cuerpo sino espíritu, y así no pide soledad corporal, sino espiritual. Porque ¿de qué le aprovecharía á una monja la soledad exterior, si tuviera el interior distraido y su corazón en medio del ruído y tráfago del mundo? Lo que Dios quiere es que allá dentro del corazón haga la religiosa una morada solitaria, donde viva unida con su Dios, sin que basten á separarla de Él todas ¡as ocupaciones y negocios en que le ponga la obediencia. Esto es lo que Dios desea y lo que Él nos pide. Aquí podrás objetarme que, si se junta esa abs- tracción del mundo con el recojimiento interior, y éste con el silencio exterior, y todo eso con la clausura, el convento parecerá un desierto y las monjas anacoretas ó ermitañas: y queesto haría la vida religiosa melancó- lica y triste. La primera parte de la objeción te la con- cedo, advirtiéndote antes que estás muy engañada, si e
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