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>. iS DEE Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 211 giosas los vean y los acaricien? Esto está tan prohibi.- do, que las religiosas que lo consienten pecan mortal- mente y caen en la excomunión, porque es un que- brantamiento de clausura, pues el Concilio prohibe la entrada, cualquiera que sea la edad, sexo y condición de quien entra. Hay en esta materia otro engaño que no quiero dejar pasar, y es que cuando por una justa causa de las arriba indicadas entra una persona en la clausura, cree (y aun lo creen muchas monjas) que ya puede verlo ó recorrerlo todo y estar allí el tiempo que se le antoje. Nada más falso que este modo de pensar. El médico, confesor, trabajador, etc., etc., que entra en el monasterio, no puede estar en él más tiempo que el necesario para cumplir con su deber: y si demora la salida por más de un cuarto de hora después de termi.- nado el negocio que lo lleya á la clausura, todos los au- tores lo dan por pecado mortal en él y en quien lo con- siente; si bien es verdad que en este caso no incurrirán en excomunión por haber entrado con legítima causa. Tampoco puede recorrer á su antojo el convento, ni ser invitado á ésto por las religiosas, porque (como ha sido ordenado muchas veces por la Santa Sede), terminado el asunto que detiene á un seglar en la clausura, via recta debe salir de ella, sin andar rodeando ni visitan.- do las dependencias del monasterio. Y ¡ojalá que la clausura se guardara en todas partes con este rigor que prescribe la Iglesia, que así florecería la observancia y no habría tantas ortigas en el jardín de las esposas de Cristo! Miren bien las Prioras y Abadesas lo que consienten en este punto, porque de ello han de dar estrecha cuenta á Dios. Y cuida tú, mi querida Marga- rita, no sólo de la clausura del cuerpo, sino del espíri- tu también. Huye del trato y aun de la vista de toda persona que entre en el convento, y ten cerrado tu A A—> 1
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