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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 181 ó por tiempo determinado, y de aquí la división del voto de castidad en simple y solemne, temporal y per- pétuo; pero de todos modos, mientras que el voto dura, nos obliga á privarnos en absoluto de todo deleite im- puro, hasta del simple pensamiento. De manera que si una persona que tiene voto de castidad consiente ó se deleita voluntariamente en un acto interior ó exterior contrario á la pureza, además del pecado contra la ley de Dios, comete otro pecado de sacrilegio, porque jun- tamente quebranta el sexto precepto y su voto de cas- tidad; y en este quebrantamiento advierten los teólogos que no se da parvedad de materia, porque aquí todo consentimiento deliberado es culpa mortal, y doble culpa, como te dejo dicho. Esta doctrina, que es verdaderisima, podría con- vertirse para tí en un manantial de ansiedades y es- crúpulos, si alguna vez te sintieras muy combatida y tentada contra esa virtud celestial; y por eso quiero que te fijes en las palabras deliberada y voluntariamen- te, porque donde no hay voluntad, no puede haber pecado. Es la pureza la flor más preciosa que puede producir el jardín de nuestras almas, es la joya más ri- ca que podemos tener en este mundo, es el tesoro más grande que podemos poseer sobre-'la tierra, y por eso el demonio, como ladrón hambriento de riquezas, tra- baja lo indecible para robarnos ese tesoro y arrebatar- nos esa joya de tanto precio. De aquí las mil tentacio- nes, los mil lazos y las múltiples asechanzas que nos arma para hacernos caer. Almas conozco yo tan com: batidas, que las tentaciones vienen sobre ellas conti- nuadas y furiosas, como los aguaceros y granizadas en días de tempestad; almas que á pesar de eso son puras como la luz del sol y los destellos de la aurora, porque resisten con todas las fuerzas de su voluntad, y no dan consentimiento á la tentación, por más que
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