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| a 174 LA VIDA RELIGIOSA £ en angel, y á la carne flaca en espíritu fuerte; pero esto has de entenderlo de la castidad perfecta, es de. cir, de la virginidad. La palabra virginidad la tomo aquí como flor y nata de la pureza, como quinta esencia de la castidad, como privación de todo placer impuro, privación que libremente se impone el alma por motivos sobrenatu- rales, por aborrecimiento al vicio y amor á la virtud. Y la virginidad así entendida consiste en la abstinen- cia completa de todo deleite carnal, en no gustar nun- ca voluntariamente la copa venenosa de los deleites de Babilonia. Pues de esta castidad virginal es de la que digo que hace competencia á los espíritus angéli- cos, que no abaten jamás sus alas al cieno de la tierra. Esa pureza es la que tú has profesado, y con ella te has hecho competidora de los ángeles del Cielo. Atiende ¡oh Margarita! á la alteza de tu dignidad yá la cumbre de tu gloria, que ya perteneces á las jerar- quías angélicas y has entrado en el gremio de los espí- ritus celestes. Y no sólo compite la pureza de una virgen con la de un angel, sino que la excede y aventaja, según nos enseñan los Santos Padres; porque el angel no tiene en sí ningún principio de corrupción que le impida ser puro, y las virgenes sí lo tienen; y, á pesar de eso, es tal la naturaleza de la virginidad, que acrisola y re- fina de tal arte ese principio de corrupción, que lo convierte en incorraptibilidad y en objeto de triunfo, transfigurando al hombre en angel, al cuerpo en alma yá la carne en espíritu de pureza. Grande maravilla es, por cierto, que sin mudar la virginidad nuestra naturaleza, ni quitarnos las malas inclinaciones, ten- ga virtud suficiente para dominar á éstas y reyestir aquella de entereza y candor que aventaje á los espi- ritus puros.
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