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a ¡Mi il h! Ef IA We / LA VIDA RELIGIOSA virtud será iluminado con sus resplandores; y quien siga la castidad será perfumado con la fragancia que esa flor exhala, y ennoblecido con los altos timbres que ella ostenta. El oficio de la castidad es refrenar valerosamente los ímpetus de la concupiscencia, ya procedan del es- píritu, ya de la carne, moderando los apetitos y afec- tos desordenados, para que no arrastren al religioso hacia el precipicio del pecado. Este oficio lo cumple ella poniendo á raya las malas inclinaciones del cuer- po,mortificando los sentidos, marcando su límité 4 los afectos del corazón, rechazando los malos pensamien- tos, ahogando los deseos torpes y guardando los sen- tidos, que son como puertas del alma, para que nadie entre en ella á robar el tesoro de la pureza. Quien no tiene cuidado de la puerta de su casa, muchas veces hallará dentro lo que no pensaba, ó le faltará algo de lo que allí tenía, y de aquí la vigilancia que se ha de tener con la entrada Por eso la puerta se hace de modo que pueda abrirse y cerrarse. según las ocasiones: se cierra á los enemigos y á las gentes sos- pechosas, y se abre á los amigos y á las gentes de bien. Pues ese, repito, es el oficio de la castidad, y sobre las muchas excelencias de esa virtud y sobre los deberes que impone te hablará en lo sucesivo tu ufec- tísimo Padre, Fr. A.
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