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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 167 su arbitrio y libremente puede emplear en ellas tal di- nero. Esto, y desterrar del convento á la pobreza, es una misma cosa. Es verdad que el peculio, del cual dispone el religioso con total dependencia de su prela- do, no es, absolutamente hablando, contra el voto de pobreza; pero también es cierto que, si el Superior concede un permiso nulo, ya por ser opuesto al espíritu de la regla y constituciones, ya por renunciar el de- -recho de revocarlo, el peculio es contrario también al voto. ¿Y quién puede contar los males que el peculio lleva consigo? El convento donde ese mónstruo anida, ofrece el repugnante espectáculo de aquellas asam- bleas reprobadas por San Pablo en su primera epístola á los Corintios. Júntanse á comer las religiosas, pero no á la mesa del Señor, sino á la del diablo: no á la mesa de la caridad, sino á la del egoísmo; porque en la mesa de Dios, que es mesa de caridad, todos comen de un mismo manjar, y en la mesa del egoísmo, que es mesa del diablo, cada cual come .el manjar adquirido con su peculio. Y.... alius quidem essurit, alius autem ebrius est. Unas salen de la mesa ahitas y relamiéndose, mientras que otras padecen hambre. Las que tienen buen peculio, se regalan opípara- mente, y la que no lo tiene, se contenta con bostezar. La primera desprecia á la segunda, porque la cree inferior, y ésta múrmura de aquélla, porque la ve re- galarse, y... adiós paz! adiós caridad fraterna! Luego el dinerillo da cierto aire de superioridad, y... adiós obediencia! La superioridad y el dinerillo crían arro- gancia y soberbia, tan facilmente como el madero, la polilla, y... adiós humildad! El temor de que el pecu- lio se acabe ó disminuya hace buscar la manera de acrecentarlo, y... adiós rectitud de intención y celo por la gloria de Dios! Para acrecentar ó conservar ese

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