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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 165 panta lo que se lee en las crónicas antiguas de nuestra orden, de aquél hermano lego que apareció condenado por haberle ocultado al guardián un libro que tenia escondido? ¿Quién no se estremece al leer lo que mandó hacer San Gregorio Magno, siendo Papa, con aquél monje que murió teniendo escondidos tres reales; y eso bastó para que tan gran Pontifice le negara sepultura eclesiástica y lo tuviera por excomulgado? ¿Quién no se pasma de lo'que escribe San Agustin que hizo él mismo con aquél monje suyo llamado Januario, al cual después de muerto le encontraron un peculio, y el santo mandó que enterraran con el cadáver el dinero del peculio, cantando al mismo tiempo, no los salmos de la Iglesia, sino aquella tremenda sentencia de la Escritura: Tu dinero sea contigo para tu condenación? Pecunia tua tecum sit in perditione. ¡Ay peculio! pecu- lio y vida particular! nombres horribles, como el ros- tro de una fiera, desapacibles al oido como el lamento de un condenado ó el alarido de un diablo. ¿Quieres que te hable de eso? Pues en otra será, que ya esta va larga y no hay tiempo para más. No olvides los ejemplos arriba indicados, y escar- mienta en cabeza ajena; guarda escrupulosamente la prometida pobreza, y así te harás merecedora, no del castigo, sino del premio que Dios tiene prometido á los pobres de espíritu. Que tú lo consigas desea más que nunca tu afectísimo Padre, Fr. A. Al . a ll dy |
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