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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 153 de esa escasez, desolación y decadencia la hallo casi s:empre en la prevaricación de la pobreza, en el olvi- do de aquellas palabras de Jesucristo: Buscad prime- ro el reino de Dios y su justicia, que lo demás vendrá por añadidura. Cuando se invierte el orden de esta divina senten- cia, cuando se busca la abundancia material y los puestos honoríficos, y los primeros cargos y el bienes- tar terreno y la seguridad de que nada falte y el lujo de que todo sobre, ó todo sea de calidad superior, en- tonces se truecan los términos de esa proposición, se olvida la doctrina de Cristo, se mina por su base el muro de la religión, y el convento 6 la orden donde esto acontezca, no tardará en sentir los efectos y en tener que lamentar su ruina moral, si con tiempo no se repara la brecha abierta en la muralla de la pobre- za evangélica. Viniendo ahora á la pregunta que me haces acerca de la obligación ó extensión de la pobreza en parti- cular y en común, te diré que lo que toca á la pobreza individual del religioso, lo explicaré otro día, al ha- blarte del voto de pobreza y de los deberes que impo- ne; y lo que toca á la pobreza «en común y en general lo trataremos en ésta, ayudado de la gracia. Ante todo es menester recordar que, aúnque la pobreza es el fundamento de todas las Congregaciones religiosas, no lo es del mismo modo para todas, ni se practica de la misma manera en todos los institutos; porque como cada uno tiene un fin particular en la Iglesia, debe cada cual abrazar la pobreza en aquella medida y for- ma más acomodada á su fin y objeto. Por eso hay Con. gregaciones que poseen mucho en común, otras que poseen poco y otras que nada tienen. Á unas les es permitido la posesión de bienes comunes que produz- can frutos ó rentas para asegurar la subsistencia de

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