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145 , LA VIDA RELIGIOSA la afición 4 las riquezas temporales. Es virtud muy amada de Cristo y mny recomendada por Él, en las palabras con que dí principio á ésta: “No queráis ate- sorar riquezas para vosotros en la tierra;, donde se ve claro que el Salvador va directamente al corazón, prohibiéndole la afición desordenada y el apego á las cosas materiales. No queráis atesorar: y para no querer- lo hay que estar siempre en acecho, reprimiendo los deseos del corazón. La codicia es una pasión que no muere, sino con el hombre, y hay que vigilarla siem- pre, so pena de que nos haga traición y nos domine. ¡Ojalá que los religiosos no olvidaran nunca esta ver- dad tan probada por la experiencia! Ni la profesión de nuestro estado, ni el voto de pobreza que hacemos da muerte á esa pasión: siempre está viva, aunque algu- na vez parezca muerta; y cuando trata dé salirse con la suya, se levanta y es fecundísima en pretextos y sutilezas para legitimar la afición y el apego del reli- gioso á bagatelas y niñerias. ¡Ay del que se deja se- ducir de ella! porque aquí lo verdaderamente malo es la afición y el apego á las cosas, aunque ellas sean pe- queñas y viles, y cuanto más lo sean tanto peor, por- que con eso tiene la pasión abierta la puerta para afi- cionarnos á ótras cosas; y esto es precisamente lo pro- hibido por Cristo en las citadas palabras: ¡No queráis atesorar! Resulta, pues, que la pobreza evangélica nos esti- mula á renunciar prácticamente los bienes temporales, no disponiendo de nada independientemente de la Obediencia; nos incita 4 contentarnos con lo necesa- rio, apartando no sólo el afecto desordenado, sino tam- bién el excesoó superfluidad de las cosas; nos persua- de á escoger lo inferior de casa para nuestro uso en el vestido, habitación y comida; nos mueve á desear ca- recer algunas veces de lo necesario para padecer un

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