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O NN A dese 120 LA VIDA RELIGIOSA De suerte que humanamente hablando, hay poco que esperar y mucho que temer de los religiosos des- cuidados de su propia santificación: de los queempiezan á malearse por no trabajar en adquirir la perfección á que están obligados y en la cual deben crecer siempre. Del arbol bien regado y cultivado que comienza á pali- decer en primavera y se le cae la flor y con ella el fru- to, quedando solamente con algunas hojas y éstas de color pajizo y amarillo, poco se puede esperar y mucho se puede temer. Ese arbol tiene la raiz dañada, ó la savia corrompida y ambas cosas son harto fatales. Otro tanto puede decirse del religioso descuidado que va perdiendo poco á poco las flores de las virtudes y los frutos de la santidad. Por eso para prevenir ese daño debíamos grabar en nuestros corazones aquella sentencia de Jesucristo: El que es justo que se ustifi- que más. El religioso que sea perfecto, que se perfec- cione más, y el que sea buen religioso, que se haga mejor cada dia, practicando'con más ardor é intensidad su virtud propia que es la Religión; y de este modo se hará más perfecto y más santo, porque la religión, la santidad y la perfección tienen tan íntimas relaciones entre sí, que sin dejar de ser cada una lo que es, todas tres son sustancialmente una misma cosa, puesto que las tres se identifican con el amor de Dios bien entendi- do. Este amor debe informar todas nuestras obras y todos los actos de nuestra vida. Él ha de hallarse en la humildad, y en la obediencia, y en el padecer, y en la pobreza, y en la castidad, y en la paciencia, y en todas las virtudes, porque sin él ninguna vale nada. Ama, pues, á Dios en todo y por todo, y pidele la misma di- cha para tu afectísimo Padre, Fr. A.

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