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Pr S n Er nj cl IT MIA IEA RA ii o ia e A 116 LA VIDA RELIGIOSA el Alcalde y el Médico de tu pueblo: y sin embargo, yo pienso demostrarte en ésta que la santidad, la per- fección y la bondad religiosa no son tres cosas diver- sas, sino una misma cosa, mirada desde tres puntos de vista diferentes; y por consiguiente, que para ser san- to, basta ser buen religioso, y ser buen religioso es ser perfecto, con la perfección que podemos tener aquí, la cual será siempre incompleta. El lenguaje que muchos emplean al hablar de la santidad, indica que no han meditado bien el asunto, ni tienen ideas claras y concretas acerca de la santi- dad. “Yo quiero ser santo,* dice con frecuencia el reli gioso de buen temple. “Yo he venido á santificarme.. exclaman á cada paso los novicios cuando entran en religión. “Yo deseo llegar á la cumbre de la santidad. dice muchas veces la monja fervorosa; mientras que, por el contrario, el religioso tibio y la monja disipada contestan á esos arranques de fervor con estas expre- siones más frías que el granizo: “¡Qué locura! ¡qué va- nidad! ¡qué arrogancia! ¡qué imprudencia! ¡ahí es nada! pretender ser santo! ¡Yo me contento con menos: aspirar á ser santo es poner la mira muy alto para lo que yo puedo: me basta con ser bueno!. Y lo peor es que quien habla así, se queda tan fresco, pensando que habla y obra con prudencia. Pues á uno yá otro, al religioso que quiere ser santo, y al que se contente con no serlo, se le podía preguntar: ya que deseas ser santo, ¿sabes á punto fijo en qué consiste la santidad? Y tú, que te contentas con ser bueno, sin querer ser santo, ¿sabes si es posible censeguir lo que deseas? ¿sabes si el no aspirar á ser santo es renunciar para siempre á ser buen religioso? ¿Crees que para ser santo se necesita algo más que ser un buen religioso? ¿Piensas acaso que la religión y la santidad son cosas tan diversas como un libro y un AAA
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