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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 111 tos y todos las prácticas de la vida religiosa elevan al religioso á más alto grado de virtud: luego en esas prác- ticas debe consistir la perfección religiosa. Así parece á primera vista, pero en realidad no es así. La guarda de los votos, la observancia de la regla y todos los ejer- cicios de la vida religiosa son medios para adquirir la perfección; y si son medios de perfección, no son la perfección misma: esto es tan elaro, que no necesita- mos insistir más. Lo que hay de verdad es que esas prácticas, consideradas de un modo son perfección, y consideradas de otro, nó; y aún en el caso en que las consideramos como perfección, lo son de un modo se- cundario, porque tienden á otro fin más alto, á otro ob- jeto más noble, á otra perfección principal: y así de tal manera son esas prácticas perfección, que lo son secundariamente, porque en realidad son medios para adquirir la perfección verdadera. Y si no, hagamos la prueba. Perfecto es aquel sér al cual nada le falta ni le so- bra. Dadme, pues, el religioso más observante de su regla, más cumplidor de sus votos y más ejercitado en virtudes que exista sobre la tierra, y decidme: ¿A ese tal no le falta nada ni le sobra nada? ¡Ah, sí! Le sobran resabios, le sobran peligros y Otras mil cosas; y en cambio, por santo que sea, le falta infinito que subir en la práctica de las virtudes para asemejarse al modelo de perfección quenos dió Jesucristo cuando dijo: “Sed perfectos, como lo es vuestro Padre celestial., De lo cual resulta claro, que la perfección ruligiosa no con- siste realmente en las prácticas de religión. Pues en- tonces, ¿en qué consiste? Si se trata de la perfección absoluta y completa, no la busquemos en este mundo; si se trata de la perfección relativa y comenzada, bus- quémosla, que aquí está. Si perfección eslo que da complemento al sér, la

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