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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 103 Esta perfección es la que más nos importa, porque ella es la que dá á cada religioso su mérito personal, la que lo eleva y realza en el orden sobrenatural, y la que lo hace verdaderamente perfecto. Al tratar este asunto debemos tener presente, que una cosa es la perfección personal en sí misma y otra muy distinta el estado de perfección que haya abrazado una persona. Un alma puede ser muy perfecta sin haber tomado estado de perfección, y una persona que haya abrazado el estado más perfecto que exista en la Iglesia de Dios, puede ser imperfectísima hasta el último grado, porque una cosa es la perfección de la vida y otra el estado en que se vive. Se dice que una persona vive en estado de perfec- ción, cuando se ha obligado estrechamente á trabajar por adquirir la perfección de la vida cristiana, me- diante la práctica de los consejos evangélicos, en es- pecial de los que constituyen la profesión religiosa; y se dice que no vive en estado de perfección cuando no ha contraido esas obligaciones. Y claro está que una persona puede ser muy perfecta y muy santa en el mundo, sin haber contraido las obligaciones de la vida religiosa; y un religioso puede ser malísimo, dejando de cumplir las graves obligaciones que ha contraido con Dios; y á pesar de eso, él se halla en estado de perfección, lo cual agrava más sus culpas; y la otra no vive en ese estado de perfección, aunque por otra par- te sea santa y perfecta. El vulgo, sin entender teología, conoce muy bien esta distinción, diciendo que el hábito no hace al monge, sino el cumplimiento de sus deberes, la observancia de lo que á Dios ha prometido, y el ca- minar constantemente á la perfección. Mas deben notarse aquí tres cosas importantísimas en que muchos no reparan: primera, que la perfección individual de cada religioso necesariamente ha de ser
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