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102 LA VIDA RELIGIOSA Tú misma, querida Margarita, no estás libre de ilusio- nes en esta materia, pues en tu carta divagas, y te de- jas llevar de la imaginación, remontándote en alas de la fantasía á una región, donde no hay tanta perfec- ción como imaginas, sino mucho sentimentalismo y po- ca realidad. Esto me obliga 4 dedicar la presente carta á este asunto para que, cuando trates de él, sepas có- mo expresarte. En filosofía se entiende por perfección todo lo que da complemento á un sér, es decir, todo aquello que lo completa y eleva al grado de excelencia y bondad que debe tener según su clase, sin exceder los límites de ella; y por esto se llama perfecta una cosa, á la cual nada le falta, ni le sobra. La perfección puede consi- derarse de mil maneras y desde puntos de vista muy varios, porque cada cosa tiene en el mundo su perfec- ción especial, perfección que puede ser absoluta ó relu- tiva, sustancial ó accidental, física Ó moral, natural ó sobrenatural, y claro está que esta última es la perfec- ción propia del religioso, y de la que nosotros hemos de tratar. Hay, sin embargo, una perfección genérica que es común á todas las Ordenes religiosas, porque en todas ellas sé hacen los mismos votos y se practican igual- mente los consejos evangélicos de obediencia, pobreza y castidad. Hay otra perfección religiosa propia y es- pecial de cada orden ó instituto, la cual está relaciona- da con el objeto ó fin principal del mismo; pues sabido es que la regla de cada instituto da la preferencia entre todos los consejos evangélicos á aquel en cuya prácti- tica quiere que sobresalgan y resplandezcan los que la abracen. Hay por último otra perfección religiosa in- dividual y propia de cada uno, la eual es mayor ó me- nor, según sea la cooperación del religioso á la gracia divina, en la cual radica nuestra perfección individual.
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