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90 LA VIDA RELIGIOSA dines de santidad. A Él solo quisieron segair aquellas vírgenes puras, milagros de fortaleza y de candor, que, puestas á sus pies las terrenas concupiscencias, le to- maron por Esposo y le entregaron sus limpios y virgi- nales corazones. A Él solo quisieron imitar todos los justos que, derramando de sus ojos torrentes de lágri- mas, reciben las tribulaciones con gozo, y, cargados con la cruz de la penitencia, suben con pie firme el ás- pero monte de la santidad.Y á ÉL, finalmente, siguen los buenos religiosos que sufren por su amor el largo y prolongado martirio de su voluntaria crucifixión Quizás no se habrá reparado bastante que nuestra profesión es un verdadero martirio con todos sus méri- tos y propiedades; y ese martirio habla muy alto en pro de la vida religiosa, y es una de las grandes exce- lencias de nuestro estado. Es tan alto, tan sublime y tan heróico ei entregarse y consagrarse uno del todo á Dios con los votos religiosos, que á esa obra la com- paran los Santos Padres con el martirio, y le dan ese glorioso nombre. “No sólo se reputa por martirio (dice San Jerónimo, escribiéndole á Santa Paula) el derra- mamiento y efusión de sangre, sino que también es un martirio Ja consagración perfecta de un alma á Dios; ésta teje su corona de lirios y blancas azucenas, y la otra de violetas y de rosas purpurinas.,. Y ciertamen- te, que si lo que da sér y mérito al martirio es el acto heróico de caridad, con que el hombre da una yez su vida por el amor de Dios, no se puede negar que el sa- erificio de la profesión, con las múltiples renuncias que le acompañan, suponen también, no sólo un acto de caridad generosísimo y heróico, sino muchísimos ac- tos, que bien pueden igualar y aún superar al mérito y valor del verdadero martirio, por muchas y podero- sas razones. La primera es, porque el martirio de sangre suele

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