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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA Si la tierra. El sacrificio lo definen les teólogos diciendo que es una oblación externa, legalmente constituida, hecha á Dios por su verdadero ministro, mediante la destrucción de aquello que se le ofrece en reconoci- miento del supremo dominio que Él tiene sobre nosotros y nuestras cosas, como Creador y dueño soberano del universo. Varios sacrificios se usaban en la antigua ley, pero los más universales y casi los únicos eran sin duda los sangrientos. Las historias sagrada y profana nos pin- tan al levita de Israel degollando la victima sagrada; al sacrificador griego y romano ofreciendo á Júpiter en sangrientas hecatombes la sangre de cien becerros; al druida del galo y del germano empuñando la hoz sangrienta destinada á segar el muérdago sagrado, y á cortar la cabeza de la víctima que se había de ofre- cer en sacrificio á sus terribles dioses, siempre sedien- tos de sangre humana; al sacerdote de los antiguos im- perios de América, inmolando cada año millares de víc- timas humanas para aplacar la cólera de sus mentidas deidades; al pontífice de los ídolos, ofreciendo en las naciones primitivas al implacable Moloc las carnes de niños inocentes que eran quemadas en ardientes hor- nos; y hoy mismo en los desiertos de Africa y en los bosques de la Oceanía, allá á donde no ha llegado la luz del Evangelio ni la noticia del sacrificio inmenso del Calvario, ofrecen también, no sabemos á qué falsa divinidad, la sangre de seres humanos. De modo que la institución de los sacrificios humanos y sangrientos ha sido universal y común á todos los pueblos que caen al otro lado de la cruz, y á los que no tienen aún noticia de la víctima preciosa que se inmoló por todos en la cumbre del Gólgota. Esto acontece, mi buena Margarita, porque todos los hombres de todos los tiempos y de todos los paises 6

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