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AA que le hacen clamar: Dios mío, ¿por qué mehas abandonado? En el instante que pronuncia Jesús esta palabra no lo mira el Padre como á Hijo en quien tiene sus complacencias, l) sino como víctima cargada con los delitos que es preciso expiar, y con el Corpus peccatr, (que dice San Pablo), con el cuerpo de pecado que es necesa- rio destruir. (2) Sólo así se explica el desamparo del Redentor en la cruz, el alcance del sacrificio que realiza, y la in- mensidad de los tormentos que sufre. Él, que es la luz indeficiente. lucha ahora con las tinieblas del pecado, que lo envuelven: Él, que es la justicia suma, se ve cubierto con las iniquidades de to- dos los hombres; Él, que es la santidad infinita, se ve abrazado por la culpa qué es su antítesis; y el abrazo de ese móns- truo abominable le causó tal repugnan- cia, tan horrible sufrimiento y asco ten invencible, que se sintió como desampa- (D Math. XVIT, 5 (23 Rom. VI, 6.

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