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80 e po ni del alma, porque entre las dos na- taraleza no cabe división ni desamparo. Abandonar el Padre al Hijo en cuanto Dios, tampoco es posible, porque tienen la misma esencia increada y en ella tam- poco cabe separación ó abandono; y sin embargo, quéjase la víctima sacrosanta del abandono en que la deja Dios, dicien- do: Dios mío,¿por quéme has desamparado? ¿Qué misterio es éste? Pendiente del afrentoso madero, anegado en un piéla go de amargura y próximo á expirar, Jesús volvía los ojos á todas partes, y eu ninguna hallaba consuelo. Su Madre y el grupo que la rodeaba no podían darle ningún alivio; los enemigos seguían es 'arneciéndolo; los amigos habían huído, dejándolo desamparado, y los ángeles no venían á confortarlo, como en el Huer- to de las olivas. Cerrada la puerta á todo socorro creado, se volvió á su eterno Pa dre, llamándolo con amoroso clamor; pe ro el cielo se le torna de bronce y se ha- ce sordo á sus gemidos. Llama y no se le conteste, clama y no se le escucha, busca alivio y no lo encuentra; y vién-
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