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ba sentido jamás corazón puramente huma no, inclinó su cabeza y consintió en la muerte de su divino Jesús, causa de nues- tra redención, pronunciando un fiat mil veces más sublime que el de la Encarna ción (1) Qué amor y qué dolor el del co razón de María en aquella bora! Para dar vida á sus nuevos hijos, tuvo que consen tir en la muerte de su primogénito (2); porque si nuestra regeneración fué cau- sada por la pasión de Cristo, suma de to- dos los tormentos, á esa regeneración contribuyó María al pié de la cruz con el mayor de todos los martirios. Nuestra redención la obró el amor de Jesucristo, que es el supremo de todos los amores; pero en ella tuyo su parte el amor de Ma- ría, que después de aquel no tiene seme jante en el mundo, según frase de San Bernardo (3) ¡Oh amor inefable de la Virgen á sus hijos! Oh dicha la nuestra en tenerla por madre! María es nuestra Madre,- y ese es el (1) Luo 1.88 2) Luc. 11. 7. Serm. de 12. stell.

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