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— 50 — para purificarlo; las lágrimas virginales de María reclamaban á gritos su perdón:; y nada le valió al malvado; siguió blas- femando cada vez más endurecido, y así terminó su vida ese tipo de reprobación, por haberse obstinado en la maldad y haber rehusado la gracia con que el Sal- vador le brindaba. No sigamos nunca, amados míos, esta horrible conducta del mal ladrón: no ce- rremos nuestros ojos á la luz del cielo; no rechacemos las inspiraciones divinas, ui nos hagamos sordos á la voz íntima, con que Dios habla, á nuestro corazón: Hodie si vocem Domini audieritis, nolite obdurare corda vestra (1). Si Dios os lla- ma hoy á mejor vida, no rechacéis su llamamiento, ni dejéis endurecer yues tro corazón, no os vaya á suceder lo que ai desgraciado Egestas. Mirad que en último resultado la suerte del hom- bre tiene que ser forzosamente la de un ladrón ó la del otro, la del bueno ó la del malo, el paraíso ó el infierno: y
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