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— 45— ver por su honor, viéndolo en las ignomi- nias de la cruz; y entonces, un ladrón, que jamás oyó su doctrina, que no vió ninguno de sus milagros, que no estuvo con él en el Tabor, ni en la resurrección de Lázaro; cuando todos los insultan, le escupen, lo maltratany lo niegan, él sólo le confiesa por su Dios y por Rey de los cielos, diciéndole con mucha reverencia: Señor, acuérdate de mí, cuando vayas á tu reino (1). No tenía Jesucristo en el Calvario ni vislumbre siquiera de Rey; allí su trono era un patíbulo, su corona un haz de es- pinas, su púrpura la saugre que le teñía el cuerpo, su cetro los clavos, y su corte la muchedumbre loca que lo iusultaba: y entre los insultos de la muchedumbre se oye la voz del ladrón que con todo respeto lo llama Señor. Señor, acuérdate de mí! No te acuerdes de mis crímenes, que detesto; no te acuerdes de mis culpas horribles, que ya he confesado pública- mente; acuérdate de mí, criatura tuya, a Luc. 28, 42.
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